Hemos recibido un cuento proveniente de la región de Puno, el mismo que ha sido captado a inicios del siglo XX. Léase detenidamente el texto, es un relato reflexivo, que nos invita a repensar a partir de la historia de dos aves: el Pucupucu y el Gallo.
PLEITO ENTRE EL PUCUPUCU Y EL GALLO
“-Pucus, pucus, pucus…
Cantaba el Pucupucu todas las madrugadas. Tenía la misión de dar la bienvenida al nuevo día. Rendir culto al padre universal, el Sol, a su salida era su deber.
Durante siglos, sus antepasados habían hecho lo mismo. Su vida sencilla y sobria transcurría en el campo. Buscaba sus alimentos entre los granos de la pradera. Nadie había perturbado su tranquilidad e independencia campesina.
Una mañana le sorprendió escuchar una voz estridente:
-¡Cocorocó! ¡Cocorocó! ¡Cocorocó!
Era el extranjero, Weracocha, que le disputaba su derecho de anunciar la llegada del nuevo día. La mañana siguiente se repitió el canto del Qoqoruchi. Era ya intolerable esta situación.
Pucupucu estaba en la obligación moral de hacer respetar la tradición de sus antepasados. No podía permanecer indiferente por más tiempo. Se decidió a buscar al usurpador de sus derechos. Se encaminó enseguida en busca del Gallo. Lo encontró y le expuso el objeto de su visita:
-Mi misión es la de anunciar el amanecer de cada día. Nadie tiene derecho a hacer lo que me toca. Esa ha sido la costumbre de mis antepasados.
-Usted, señor Qoqoruchi, no debe cantar en las mañanas.
El gallo como única respuesta sacudió sus alas, alargó el cuello y lanzó un grito enérgico:
-¡Cocorocó!
La disputa fue acalorada. Ninguno cedía su derecho al canto mañanero. Al fin acordaron llevar su queja a conocimiento de las autoridades del pueblo más próximo.
Pucupucu entonó la mañana siguiente su acostumbrado canto:
-Pucus, pucus, pucus…
Era el anuncio de que emprendía el viaje a la ciudad. Iba a exponer su queja ante el Juez. Estaba seguro de obtener la justicia.
El Gallo, por su parte emprendió también el viaje, pero tuvo que hacerlo por tierra, caminando. Llevaba provisiones suficientes para algunos días. Confiaba ganar el pleito con su arrogancia y buen tono de caballero.
A la vera del camino le salió al encuentro un Ratón.
-Weracocha –le interrumpió- permítame pedirle un favor.
-Diga su demanda –repuso el Gallo.
-Tenga la bondad de favorecerme con un poco de alimento para mis hijos que sufren hambre…
-Siento mucho. No puedo acceder a su demanda. Voy a la ciudad a sostener un pleito y no sé si mis provisiones me alcanzarán.
Insistió suplicante el Ratón:
-Si usted tiene asuntos judiciales –le dijo- yo puedo ayudarle eficazmente. Tengo experiencia y estudios especiales al respecto.
Con su insistencia y zalamería, convenció al Gallo y obtuvo un poco de cancha, pero tuvo que acompañar al nuevo amigo que consiguió. Se presentó una dificultad en el camino. Había un río difícil de atravesar. El Gallo se quedó perplejo ante este inconveniente.
Pero el Ratón le enseñó la manera de pasar el río. Tomó unas pajas y yerbas, formando un bulto, lo empujó al río y se prendió. Pataleando consiguió ganar la orilla del frente, aunque tuvo que dejarse llevar un buen trecho.
El Gallo hizo lo mismo y pasó el río. Con esta acción se ganó la confianza del Gallo. El Gallo y el Ratón llegaron al pueblo cuando el Pucupucu ya descansaba y distraía el tiempo con un amigo que le daba consejos.
Media hora después, los recién llegados, Pucupucu y el Gallo, acompañado del Ratón, estaban ante el señor Juez.
-Señor Juez –expuso el Pucupucu- yo tengo el derecho de anunciar la llegada de cada nuevo día con el canto. Mis antepasados hicieron lo mismo desde tiempos inmemoriales. Ahora este señor Gallo, un extranjero recién llegado trata de usurparme mi derecho.
-Bien, presente su demanda por escrito –dijo el Juez.
El Gallo, por su parte expuso:
-Señor Juez, yo he adquirido el derecho de cantar al amanecer del nuevo día, por los esfuerzos personales de mis padres en la conquista de este país.
-Presente su alegato por escrito, volvió a decir el Juez.
Asintieron ambos y fueron a buscar quién les haga el recurso en el respectivo papel. Una hora más tarde, los quejosos de ambas partes volvieron al Juzgado, llevando sus recursos escritos.
Pucupucu entregó su papel.
-Está bien –advirtió el Juez.
El Gallo, por su parte, entregó también su recurso.
-Bien dijo el señor Juez, debo anunciarles que mañana a la hora del despacho se verá y resolverá vuestra demanda. Pero es necesario que ustedes no molesten al vecindario con jaranas ni escándalos, como acostumbran hacer los que vienen del campo. Yo observaré si efectivamente son exactos en anunciar el amanecer del nuevo día. Espero que todas las señales las den a la hora exacta. Al decir esto hizo ver su reloj.
Al retirarse, dijo el Ratón al Gallo.
-El Juez tiene reloj. Es necesario que consigamos un reloj, para que cantes a las horas exactas, como ha advertido la autoridad. Si no hacemos eso, el pleito está en peligro de perderse.
En seguida buscaron el reloj y lo consiguieron después de vencer algunas dificultades.
En el alojamiento, cuando ya era de noche, el Ratón volvió a tomar la iniciativa, diciendo:
-¿Qué te parece, Gallo, si voy a sustraer el recurso del indio y lo hago desaparecer?
-¡Magnífico! –repuso el Gallo.
El tinterillo fue al Juzgado, entró por un hueco, subió a la mesa, arrastró el papel hasta llevarlo detrás de unos cajones y lo ratoneó hasta hacerlo añicos. Pronto regresó y dio cuenta de lo que había realizado.
Luego volvió a proponer:
-¿Qué te parece si ahora voy y le robo la copia que Pucupucu debe tener en su equipaje?
-¡Espléndido! –dijo el caballero.
Y el Ratón fue al alojamiento del Pucupucu. Lo encontró durmiendo tranquilamente. Entonces le buscó el atado y consiguió sacar la copia y llevarla para destruirla a la vista del Gallo.
-¡Pucus! ¡Pucus! ¡Pucus!...
Cantaba el ave del campo, cada vez que despertaba y creía que era oportuno.
Mientras tanto el Gallo y el Ratón estaban consultando el reloj. A las cuatro de la mañana en punto, el español comenzó a cantar.
-¡Cocorocó! ¡Cocorocó! ¡Cocorocó!
A las cinco y a las seis hizo lo mismo.
A la hora del despacho, como había ordenado el Juez, comparecieron los litigantes sobre el derecho de hacer amanecer.
Sentado ante una mesa antigua llena de papeles, un tintero y un crucifijo encima, estaba el Juez.
Solemnemente, con voz firme y afectada, la autoridad requirió:
-¿Quién es el demandante?
-Yo, señor Juez –dijo el Pucupucu.
-¿Dónde está su escrito? –preguntó.
-Le entregué ayer a usted. Lo puso sobre la mesa.
El Juez buscó y no lo encontró.
-No está aquí –le dijo- ¿No tiene usted la copia?
-Sí debo tenerla –repuso con alguna esperanza el Pucupucu.
Buscó su atado y no halló la copia. Se desesperó el indio, pero no estaba el papel.
Entonces el Juez volvió al Gallo y le dijo:
-¿Dónde está tu recurso?
-Debe de estar en su mesa señor Juez.
El Juez encontró inmediatamente el papel y lo leyó.
-Muy bien –dijo y prosiguió. Usted ha dado las horas con exactitud y su recurso está en forma.
Y refiriéndose al Pucupucu le dijo:
-Usted ha molestado con sus cantos a toda hora, a pesar de mi advertencia. Así siempre son los indios que vienen del campo. Se emborrachan y fastidian. Además no tienen sus papeles en su lugar. Luego, declaro, a nombre de la ley, que el señor Gallo es el que tiene el derecho de dar las horas, con su canto sonoro, todas las mañanas.
Así perdió el Pucupucu su derecho legal a saludar a la llegada del nuevo día. Desde entonces, el Gallo es muy cuidadoso y engreído en la casa de los caballeros; come buenos granos de arroz, maíz, trigo, etc. Mientras el pobre Pucupucu vive en el campo, abandonado a la intemperie, sin casa, sin abrigo ni alimento seguro.
-¡Pucus! ¡Pucus! ¡Pucus! Siguen cantando ahora muchos pucupucus en el campo. Esperan el amanecer de un nuevo día muy alegre. Acarician la esperanza de ver alumbrar el Sol de la justicia para todos.
Ese día ha de llegar. No lo duden los pucupucus del mundo”.
(Prof. Julián Palacios Ríos, Puno)